viernes, 22 de mayo de 2015

EL DUEÑO DEL PALO (un cuento breve)



Allá por la década de 1970, en el pequeño pueblo amazónico donde crecí, la casa donde de niño yo vivía con mi padre y tres hermanos, de los cuales yo era el segundo en edad, tenía un patio enorme, lleno de enormes árboles frutales, tan enmarañados que yo jugaba a ser Tarzán. Incluso llegué a construirme una pequeña cabaña en medio de esa “selva”. No puedo dar una razón pero yo jugaba la mayor parte del tiempo solo a pesar de tener un hermano y dos hermanas y aunque era costumbre infundir temor a los niños sobre los peligros de andar solos lejos de la casa. Por supuesto la forma más extendida de mantener controlados a los niños eran las historias de duendes. Como en la mayoría de las culturas, nuestros duendes eran personajes con características muy regionales, que se cubrían con un gran sombrero de saó y engatusaban a los niños para raptarlos y no devolverlos más. A pesar de que, como dije, estos cuentos eran utilizados para intimidar a los niños, la mayoría de los adultos creían en su existencia real. Era frecuente encontrar caballos con las crines trenzadas y a nadie le cabía duda de que era obra de un duende que los había montado para hacer quién sabe qué fechorías.

Nuestro duende era verdaderamente malicioso. Pero a este personaje se le sumaban otros más terroríficos y perversos, que pululaban en las noches, como el “pata de caballo” y el “silbaco”. El “pata ´e caballo” era el mismo diablo; encontrarse con él era algo que nadie querría. El “silbaco” era un misterioso ser, que nadie ha visto sino apenas oído, cuyo silbido terrorífico significaba desgracias donde se oyere.

Vivía yo, pues, en ese ambiente de fantasía y temores, por lo tanto no es de extrañar que haya sido muy receptivo a las historias que se contaban como reales.

Por ese tiempo, una muchacha de ascendencia indígena trabajó como doméstica en nuestra casa. Yo tenía unos siete años y escuchaba con gran interés y curiosidad las frecuentes historias que ella nos contaba. No eran cuentos, al menos eso explicaba ella, sino cosas de la vida real. Entre sus historias existían algunas versiones de biografías y milagros de santos que fueron traídas por los evangelizadores y que se convirtieron en parte esencial de la nueva cosmovisión que generó la evangelización en nuestros pueblos amazónicos. Pero también contaba otras historias que eran muy propias de ellos,  como la existencia del Dueño del Palo.

El Dueño del Palo es, en otras palabras, el Señor de los grandes árboles. Pero no es un solo individuo, sino que cada gran árbol tiene su Dueño del Palo. Estos seres, que, por las cosas que se saben de ellos, tienen forma humana, son de consistencia tal que moran en el interior de un árbol igual que una persona puede morar en una cueva o un animal en su madriguera. En ocasiones estos seres se reúnen en los más grandes árboles para confraternizar o para tomar decisiones. No se sabe si nacen y mueren o si han existido siempre, pero son poderosos dueños de todos los árboles existentes a su alrededor, así como de todos los seres que habitan en ellos. Cuando un ser humano huella esos remotos lugares en busca de caza el dueño del palo lo atrapa manteniéndolo alrededor suyo hasta su muerte. Algunos que han logrado escapar cuentan que por más que se alejaban del gran árbol donde moraba el Dueño del Palo, siempre volvían a éste. Y así hubiesen muerto de no ser porque otros cazadores que pasaban por allí escucharon sus gritos de auxilio y fueron a rescatarlos. El Dueño del palo no suele atrapar a personas en grupos numerosos, quizá porque entre ellos van niños y mujeres inocentes; pero se han dado casos de grupos enteros de cazadores que han muerto atrapados por el poderoso y ofendido Dueño del Palo.

El Dueño del Palo es el cuidante y protector del monte y de todos los seres que lo habitan. No se conocen los límites de los territorios de cada uno de ellos pero se sabe que en conjunto lo abarcan todo. En general permiten a los hombres cazar y recolectar siempre que no lo hagan demasiado cerca de los grandes árboles que son sus moradas. Los Dueños del Palo no sólo cuidan y protegen el monte, sino que el monte es una extensión de ellos, es parte de ellos. Sin ellos el monte no puede existir y este es un misterio similar al de la Santísima Trinidad.  Se cuenta de una tribu que ávida de caza decidió derribar el gran árbol que amenazaba con atraparlos, y hacha en mano socavaron el gran tallo hasta lograr que cayera. Fue lo pero que pudieron haber hecho. Al poco tiempo los demás árboles languidecieron y toda la exuberancia del monte desapareció junto con los animales que la tribu ambicionaba cazar.

Cuando era estudiante universitario me enteré de que la creencia en el Dueño del Palo era común a muchos pueblos amazónicos y de que existían estudios que afirmaban que esa creencia tenía bases empíricas. La creencia de que los grandes árboles atrapan a los cazadores se había originado en el hecho de que los seres humanos, cuando carecemos de referencias que nos permitan seguir una determinada dirección, tendemos a caminar en círculos, y los indígenas caían en cuenta de que caminaban en círculo cuando reconocían el mismo gran árbol, concluyendo que éste los atrapaba. Asimismo, se sabe que los grandes árboles prácticamente generan un pequeño ecosistema a su alrededor, por lo que al desaparecer él, este ecosistema también desaparece. Fue entonces que recordé esas historias de los dueños del palo que nos contaba esa lista muchacha cuando mis hermanos y yo éramos niños. Como era muy niño, ya no recordaba los detalles de esas historias, así que cuando volví a mi pueblo fui a buscar a la simpática muchacha de los cuentos, quien lógicamente, después de más de quince años, ya era una mujer adulta aunque todavía joven. Para mi sorpresa y decepción, cuando le pregunté por las historias del dueño del palo me dijo categóricamente que ella no sabía nada sobre esas creencias ni conocía ninguna historia que se parezca.

No quise pensar en los motivos por los que esta señora cuyo nombre y rasgos yo recordaba muy bien, negó haberme contado esas fantásticas historias. Pero es posible que ella no me recordara con la misma intensidad con que la recordaba  yo. Hasta es posible que no guardara ningún recuerdo de mí. Después de todo estuvo con nosotros apenas unos dos o tres meses. Pero ese era el tiempo que duraba una vacación escolar, y fueron, para el niño que era yo, una larga temporada, después de la cual yo había encontrado a todos mis compañeros de escuela mucho más crecidos.

Pero además de esas historias yo recordaba haber escuchado otras, de otras personas, en esos años de mi temprana niñez. Por lo tanto decidí preguntar a la gente oriunda del lugar qué podía contarme del dueño del palo. Quedé más sorprendido aun cuando sin excepción todos negaron conocer nada al respecto. Entonces sí me quedé pensando en lo que ocurría o había ocurrido. Y lo que concluí era terrible.
El progreso había llegado a ese pequeño pueblo cuyos habitantes eran minoritariamente de origen indígena. En los últimos quince años ningún niño había aprendido el idioma indígena que hablaban los antiguos habitantes del lugar. Las personas de las que yo escuché repetidas veces las historias del dueño del palo eran los ancianos de entonces. Las personas de mi generación había dejado de utilizar las pocas palabras de ese origen que solían usarse cuando niños, y ávidos de la cultura insurgente, habían olvidado pronto esas historias desconocidas.  Era una cultura que había muerto.

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